The Other Map

TEXTOS

Crear un mapa es crear un relato. El mapa oficial de nuestro mundo se impone como el único relato, como una única realidad que se presenta como obvia. Esta realidad se confunde hoy plenamente con el capitalismo.

Nosotros mismos llevamos el capitalismo en la sangre. En lo más íntimo de nuestra conciencia nos hemos convertido en una marca. La vida misma se ha convertido en la auténtica forma de dominio; es la cárcel que nos encierra pero en la que nos sentimos libres. Somos sujetos libres sujetados a lo que libremente elegimos. Cada uno simplemente viviendo, buscándose a sí mismo, intentando construir su autonomía personal, portador de un proyecto. Fascismo postmoderno.

El fascismo postmoderno da sentido a nuestras vidas y crea un simulacro de sociedad. Es un régimen de gobierno para inducir comportamientos. Su acción se basa en la comunicación… Es productor de diferencias. Es una máquina de movilización. Movilización que se confunde con vivir la propia vida, y que tiene como efecto producir esta realidad obvia que se nos cae encima.

Nosotros somos de Barcelona, aunque ya no vivimos allí; como miles de personas  somos dos expulsados de nuestra ciudad. Precisamente la bonita y acogedora Barcelona es un claro ejemplo, un laboratorio del Fascismo Postmoderno.

La historia empezó en 1986, cuando la ciudad fue nominada para organizar los Juegos Olímpicos de 1992. Con el proyecto olímpico se puso en marcha una estrategia de transformación urbanística, económica y social cuyo objetivo fue situarla en una posición favorable dentro de la globalización neoliberal. Es así como Barcelona se transformó en la marca Barcelona

Cuando decimos que Barcelona se ha convertido en la marca Barcelona nos referimos ante todo a un fenómeno de marketing. Si se pone una marca a algo, es para identificarlo. Es el modo más directo de apropiárselo. La marca expresa que lo marcado ya tiene un dueño y que, por tanto, no es nuestro. Asociar la marca a Barcelona indica así, antes que nada, que la ciudad ya no pertenece a quienes habitan en ella. Lo que la marca Barcelona expresa es que la ciudad pertenece al capital. Que toda ella está concebida y construida para que el capital pueda valorizarse y multiplicarse. La marca nos desposee así de lo nuestro.

Al convertirse en una marca, Barcelona  tuvo y tiene que venderse.  En su caso,  a la industria turística. Es más, podemos afirmar que en Barcelona se practica un verdadero extractivismo

El extractivismo consiste en aterrizar en un determinado lugar, localizar los recursos naturales más valiosos y explotarlos intensamente. No para repartirlos entre los ciudadanos autóctonos y favorecer el desarrollo, sino para venderlos al mejor precio en el mercado internacional. Da igual que sea un mineral, petróleo, madera o un cultivo como el de la soja. La diferencia está en que  los recursos naturales son los habitantes de Barcelona, su memoria colectiva y su patrimonio.

Pero poner una ciudad, un pueblo, un barrio al servicio del capital, es decir, convertirla en una marca generadora de dinero, tiene efectos colaterales imprevistos: expulsión de los vecinos, miseria, contaminación, malestar social…

El cuento se ha acabado. El fascismo postmoderno es cada vez menos posmoderno y más directamente fascismo. Fascismo, en Barcelona, y en cualquier parte del mundo.

Guerra contra los pobres, los residuos humanos, desinfección del espacio público, neutralización del conflicto, despolitización de la existencia, ausencia de pensamiento…vidas precarias, rotas, silenciadas, invisibilizadas… En definitiva, un único mapa que esconde que lo que hay debajo es un campo de guerra.

Hay un malestar social, multitud de conflictos, pero que no se politizan y quedan clausurados dentro de las vidas privadas y el silencio indiferente. El destino personal ya no se liga con la acción colectiva. Vivir es, finalmente, sobrevivir, “buscarse la vida” cada uno con su soledad.